Artículo de opinión de Antonio
Pérez Collado, Comité Confederal CGT-PV, publicado en las páginas de
Levante-EMV
Aunque puede que la RAE no
considere muy correcto el uso que Pablo Iglesias, esa figura emergente de la
política nacional, hace del término “casta” para referirse al conjunto de
políticos apoltronados desde hace años en apetecibles cargos en las administraciones
o en los propios partidos mayoritarios, lo incuestionable es que la expresión
ha hecho fortuna y se repite con mayor o menor complicidad en las redacciones y
tertulias.
Se va rompiendo, tras decenios de
férrea unanimidad, el consenso tácito existente dentro de los sectores
moderadamente progresistas, del elitista mundillo intelectual, para no criticar
con la misma virulencia a la supuesta izquierda que a la derecha clásica. Y se
rompe no ya porque no se esté de acuerdo en ser más benevolentes con los políticos
de izquierdas, sino porque se resquebraja la añeja tradición de considerar
parte principal de la izquierda teórica a la socialdemocracia de Ferraz.
Hoy ese privilegio a duras penas
lo conservan IU y los partidos emergentes en las europeas, que se autoproclaman
herederos legítimos de la indignación que ha sacudido las plazas y las
conciencias del país. El PSOE ha pasado, sin cambiar sus políticas
conservadoras de la Transición, de partido histórico de los trabajadores a
engrosar, junto a PP, CiU, PNV e incluso UPyD, esa casta casposa y fácilmente
sobornable de la que nadie se reclama compañero de viaje.
Sin embargo, y salvo tan escasas
como honrosas excepciones, en el terreno sindical se sigue aplicando ese no
escrito libro de estilo, según el cual UGT y CCOO serían los auténticos
sindicatos de clase y sus actuaciones (por dudosas que fueren) irían
encaminadas a mejorar las condiciones de los obreros a los que dicen
representar y defender. La izquierda sociológica y mediática permanece, desde
finales de los años setenta, ciega y muda ante el permanente ejercicio de
renuncias en los convenios y pactos bochornosos que han ido rubricando los dos
sindicatos oficiales, la CEOE y el PP o el PSOE, que en eso de recortar
derechos a los currantes no tienen muchos desencuentros.
Desde los Pactos de la Moncloa
hasta las sucesivas reformas laborales, sin olvidar el Pacto de Toledo o los
acuerdos para la negociación colectiva, se han venido deteriorando
paulatinamente todas las conquistas en materia de salarios, condiciones de
trabajo, contratación, prestaciones sociales y pensiones. En las pocas
ocasiones en que los aparatos sindicales no se han atrevido a firmar los
recortes, su respuesta tampoco ha tenido la rapidez o la intensidad suficientes
como para detener la agresión.
Ni siquiera en los tres últimos
años, cuando más derechos son pisoteados por el sistema y mayor está siendo la
respuesta social (15M, experiencias asamblearias, Marchas de la Dignidad, etc.)
han salido Toxo y Méndez de la plácida decadencia de sus organizaciones.
Tampoco los creadores de opinión han roto su mutismo para criticar la parálisis
del sindicalismo mayoritario o para dar voz y reconocimiento a las realidades
del sindicalismo alternativo que se van consolidando contra el viento de la opinión
publicada y la marea de la represión.
Pero la historia no se detiene y
los sectores más concienciados y activos de la clase trabajadora ya han
empezado a romper con esa vieja casta sindical, de eternos liberados y
acomodados profesionales, y ponen en marcha otras formas mucho más horizontales
y participativas de organizar sus luchas.
Antonio Pérez Collado
Comité Confederal de CGT-PV